lunes, 3 de mayo de 2010

Nostalgia del Bajabonico

Hacia mediados del siglo xvii, el médico suizo Johannes Hofer inventó la palabra nostalgia porque quería dar nombre al “deseo doloroso de regresar al pasado” que observaba en algunos de sus pacientes. De los vocablos griegos nostos (regreso) y algia (dolor) sacó, Hofer, la palabra nostalgia. En español, esta palabra representa el recuerdo triste o la añoranza de algo perdido. Por su etimología, puede aplicarse al anhelo de regresar al pasado; acción que, por imposible, resulta dolorosa.

De niña viajaba cada año, durante las vacaciones, a mi natal Imbert para visitar a mi padre en la calle Libertad. Allí solía entretener las tardes observando desde “el alto” (la segunda planta de la casa de madera) la verde inmensidad de la loma que servía de regazo al río Bajabonico. Mi padre me había regalado unos binoculares con los que jugaba a acercar el paisaje y tocar imaginariamente las vaquitas, las ramitas amarillentas de las palmeras y a cruzar de un saltito el río.

Cuenta mi padre que a aquel cerro le llamaban la loma de doña Toña en honor a su dueña, conocida porque cada año ofrecía una vela a San Antonio, y mandaba a matar tres novillos para dar sancocho de carnes con arroz a todo el que quisiera asistir. Allí, cruzando el Bajabonico por entre las piedras, se reunía gente de Imbert y de las cercanías, para llenar el estómago y de paso el espíritu.

Recuerda mi padre que los viejos del pueblo decían -hace muchísimos años- que el Bajabonico caminaba por la calle Duarte, la que cruza el parque; pero que con el tiempo, el río se fue retirando y el lugar comenzó a urbanizarse; y que poquito a poquito le cavaban para que el agua corriera por otro lado. Cuando el pueblo se convirtió en pueblo -con río y todo-, comenzaron a tumbarle los árboles de sus orillas y a sacarle “material” para echar a andar el progreso.

Y hace años que al río le han secado su lecho, que lo han dejado desnudo. Por eso, cuando llegan las grandes lluvias, se desborda y arrasa con todo, porque coge por donde primero se le deslicen las aguas. Tan sabios que son, “los ríos hacen sus propias riberas”, como dijo Ralph W. Emerson; pero al Bajabonico, la ignorancia se las ha destruido.

Leí en alguna parte que al Bajabonico lo nombraron así porque cuando el Almirante lo vio dijo “que río que baja bonito”. Verdad o leyenda, lo cierto es que poco tiempo atrás el Bajabonico bajaba bonito, altanero y bullicioso. Pero hoy, el Bajabonico -como muchos en nuestro país- ya no es un río, es sólo una nostalgia. Hay que conformarse con recordarlo y sentir el deseo doloroso -por inalcanzable- de verlo regresar a su días de grandeza.

Increíblemente - y para nuestra suerte- todavía quedan ríos vivos en esta tierra. Pero la añoranza acecha de antemano, porque lo más seguro es que, como el Bajabonico, pronto estarán convertidos en inútiles melancolías.