miércoles, 10 de marzo de 2010

Mujeres

En nuestro país, el 8 de marzo, Día Internacional de la Mujer, es una fecha que en las últimas década ha cobrado trascendencia en la medida en que la sociedad y las instituciones del Estado se han hecho concientes de las necesarias y urgentes luchas por la equidad de los sexos.


“Equidad de sexos”. Yo pienso que definitivamente hombres y mujeres somos diferentes y, ¡que vivan esas diferencias!! Somos diferentes en nuestras características físicas y emocionales, y en lo que tenemos interiormente para entregar al otro sexo y al mundo. Y es precisamente en esas diferencias que radica la riqueza de un mundo formado por hombres y mujeres. Pero también somos iguales en dignidad y en valor, y en tener derecho, como todos, a una vida plena en todos los sentidos: a ser respetadas, a acceder a las mismas oportunidades y a que nuestros roles no constituyan un obstáculo para nuestro desarrollo como personas. Todos somos grandiosos, hombres y mujeres, todos estamos vestidos de dignidad y de riqueza interior. No deberíamos, por lo tanto, necesitar designar un día al año para celebrar y recordar las luchas de una minoría, que en realidad no es tan mínima.

Ser mujer es algo que no puede ser definido plenamente. Es algo que hay que vivir y experimentar. A veces las exigencias de una cultura globalizada, materializada, desigual, injusta, carente de amor, de comprensión, de desarrollo espiritual, nos confunden acerca de la grandeza que significa ser mujer. Jean Shinoda ha escrito que “cada mujer posee una misteriosa interioridad incomunicable y al parecer nuestra cultura no ha podido percibir toda la riqueza que posee el ser femenino”. Lamentablemente en esa cultura que aún no comprende la grandeza de la mujer también está incluida la mujer misma, muchas veces educada para dudar de su propia valía.

Las mujeres debemos comenzar por cambiar nosotras mismas el concepto y la forma en que asumimos nuestra feminidad. Y estar dispuestas a vivir y reflejar esa esencia nuestra de fortaleza, de ternura y de intuición. En vez concentrarnos en sentirnos víctimas de un trato desigual y del desequilibrio de oportunidades, es imprescindible hacer conciencia de nuestro propio valor, y usar nuestros dones para transformarnos y así transformar nuestro entorno.

¿Cuáles dones? La capacidad de amar, de entregar, de perdonar, de ser íntegras, de tener fe en nuestros sueños, y el orgullo por esa feminidad que nos hace aportar de manera diferente a nuestro mundo.

¿Que es importante que reconozcan nuestro valor y nuestros esfuerzos? Sí, es importante. Pero el reconocimiento mayor que podemos recibir lo haremos desde nosotras mismas. Que nos baste, mientras tanto con nuestra propia conciencia de valor, de dignidad y de derecho a una vida plena.

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